Llevo un par de meses haciendo recurrentes viajes al pasado, desandando el camino que he hecho hasta llegar hasta aquí, entre otras cosas para saber hacia dónde quiero ir ahora. Y las fotografías, por supuesto, son lo que más me están facilitado estos saltos temporales.
Lo que parece un simple archivo jpg o un papel con una imagen, guarda en realidad olores, sonidos, conversaciones y cada una de las sensaciones que vivimos cuando hacemos esa fotografía o cuando nos la hicieron.
Una foto es un billete de vuelo directo a un espacio y momento concreto.
Es la memoria eterna de un trocito de nuestra vida, de la vida de algún ser especial e incluso de un lugar. Y varias fotos juntas, son los rastros, las huellas que dejamos mientras andamos y que nos conducen a ese lugar dentro de nosotrxs. A nuestra propia naturaleza.
En este viaje de observación me he topado con la palabra Resignificar, que se refiere a otorgar un sentido diferente al pasado a partir de una nueva comprensión desde el presente, o a dar un nuevo sentido al presente tras una interpretación distinta del pasado.
Y pensé que justo eso es lo que hacemos al revelar nuestras fotos, las del pasado inmediato o esas imágenes antiguas que rescatamos y revelamos mucho tiempo después de haberlas hecho. Cuando editamos fotografías les estamos añadiendo capas de emoción desde nuestra percepción y conocimientos actuales.
Un recuerdo antiguo, mirado con ojos de hoy.
En 2017 paré varios días en Ambalavao porque es la puerta de entrada a la Reserva de Anja. Uno de los pocos lugares de Madagascar donde aún pueden verse algunas familias de lemures de cola anillada. Quién sabe por cuánto tiempo, porque su población se ha visto reducida al 95% desde el año 2000.
Cuando llegué allí me encontré un pequeño poblado de color rojo, turquesa y morado, con balcones madera tallados y calles que olían a una mezcla de tierra, cacahuete tostado y gasoil quemado.
El primer encuentro que tuve con un lemur de cola anillada fue a la mañana siguiente. Era una hembra que cargaba su cría muerta. El guía me contó que cuando esto sucede, las madres pasan días, incluso semanas llevando a sus crías consigo, negándose a soltar esa parte de ellas, con los riesgos de supervivencia que esto les conlleva. Me dijo que en muchas ocasiones la familia entera hace un ritual de enterramiento y que se ha visto volver a sus parientes más cercanos reiteradas veces al lugar.
De vuelta al pueblo al anochecer, cientos de murciélagos volaban rozando las fachadas. Eso no lo fotografié, pero gracias a las demás imágenes pude evocar ese instante. Supongo que esa cantidad de seres disfrutando de la noche tenía que ver con que lo único que iluminaban las calles eran las luces de las motos que iban y venían, pequeñas hogueras y algunas bombillas que las tienditas colocaban en la puerta para ser vistas.
Había tramos tan oscuros que no sabías si te ibas a chocar con alguien hasta que lo tenías a pocos metros. Allí nadie se sorprendía, simplemente te esquivaban sonriendo y continuaban su tarea. Durante el día aquel lugar parecía otro pero la sensación era la misma, había tanta luz que cegaba casi más que la propia oscuridad.
Reeditar viejas imágenes es un viaje dentro del viaje y no siempre será fácil si no conservaste el archivo original, pero con un poquito de mimo se pueden recuperar luces, colores, sensaciones... y resignificar desde tu mirada de hoy, todo aquello que viviste entonces.
El próximo miércoles 3 de abril vuelven a abrir las plazas para el curso con acompañamiento de Edición con SentidoS. Dos meses en los que viajaremos juntxs en el tiempo a través de vuestras fotos aprendiendo a otorgarles, a través del revelado, las emociones necesarias para que narren las historias que vivisteis al hacerlas y os conecten a ellas siempre que las volváis a ver.
Podéis echar un ojo al contenido del curso aquí (y si queréis saber algo concreto podéis escribirme contestando este email)
Feliz viaje
Mei