En la carta anterior os preguntaba sobre qué os enamoró de la fotografía. Y estos días que me estáis compartiendo vuestras historias, está siendo precioso:
Fernando dice que “la fotografía le dio voz a lo que nunca antes había podido expresar. Me enamoró por la voz que me dio y por lo que ahora puedo escuchar de los demás.”
Patricia se enamoró de ella porque “Me enseñó a ver con otros ojos lo que veía cada día por encima. Más profundo, más lento. Como si fuese la mejor forma de meditación del mundo”
En mi caso, la relación con la fotografía no comenzó pronto ni de forma directa. Hubieron de hecho, muchos desvíos a lo largo mi vida que me devolvieron a este camino (curiosamente, varios de los giros más potentes sucedieron en el momento del desmogue de los ciervos).
Y digo devolver, porque gracias a esas vueltas recuperé una parte importante de mí que se quedó perdida al pasar a la vida adulta, y que hace que mire el mundo, los lugares y las personas como lo hago hoy.
Esa parte era la pequeña Mei que coleccionaba láminas sobre tipos de plantas y todos los números de la National Geographic. La que no hablaba demasiado, pero observaba mucho para luego escribir y pintar todo lo que vivía y sentía. Esa que necesitaba tomarse su tiempo para profundizar y entender. He pensado bastante en si me hubiera olvidado de mí si hubieran existido más fotografías cotidianas que registraran esa etapa de mi vida.
El caso es que pasé mucho tiempo con ese trocito de mí escondido detrás de un trabajo que no me gustaba y una vida frenética en el centro de Madrid. Totalmente desvinculada de la naturaleza y de cualquier aspecto creativo, hasta que en 2012 me regalaron mi primera réflex. Con ella recordé lo que me gustaba (y necesitaba) expresarme a través de otro medio, al margen del habla. Descubrí otra manera de contar lo que vivía y sentía, usando esta vez la luz como tinta y como pincel, una cámara.
Así, recuperé las caminatas lentas, generalmente por espacios naturales, porque sentía que era ahí donde mejor me expresaba. Aprendí a prestar atención a los detalles y me fasciné de la belleza de la sencillez, los colores y la cotidianidad. Con cada clic iba recordando un poquito más de mí.
Cuanto más aprendía sobre el proceso fotográfico, desde la toma hasta la edición, más me enamoraba el hecho de poder mostrar cómo percibía el mundo en cada etapa de mi vida. Por eso, como te contaba en la carta anterior, siento la necesidad de registrar cada paso para recordar siempre qué hice, qué sentía y quién era en ese momento.
Las fotos con el tiempo, cobran mucho más sentido.
No creo que pueda decir sólo una cosa que me enamorara de la foto… son tantas:
Conectar con aquello que fotografío, hablar sin hablar, viajar en el tiempo con cada imagen que tomé. Y también gracias a las fotografías de otras personas, conozco realidades e historias que no tengo al alcance y me hago más consciente del mundo que me rodea… porque ver a través de ojos ajenos me da una perspectiva más real de dónde y cómo soy y vivo.
Quiero invitarte a reflexionar sobre tu historia, ¿Qué cuentan tus fotos de ti? ¿de tu mundo?
Sé lo valiosos que son estos recuerdos, sé también lo que significa no tenerlos. Por eso, el próximo lunes 19 de agosto, día de la fotografía, quiero homenajearla contigo, para que sigas creando y mostrando tu manera de ver el mundo a través del objetivo.
El próximo lunes te escribo para celebrar-nos
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