A la Devesa del Saler se puede entrar por muchos lugares, pero existe una compuerta secreta, un pasadizo mágico que al atravesarlo te lleva a un bosque encantado donde los árboles bailan y hacen contorsiones. El viento suena a madera vieja y los rayos de sol que se filtran entre las ramas son tan densos, que tienes que apartarlos con las manos para seguir caminando.


Desde aquí nacen innumerables senderos que supongo que deben de ir a algún sitio importante y exclusivo porque tras un tramo bien marcado, de repente, desaparecen. Como si no quisiera ser descubiertos y al escuchar mis pasos se escondieran. Me imagino a los caminos reapareciendo después, cuando me sintieran lejos.
A pocos metros de esta arboleda hay un área amplia y despejada donde se pueden ver las de huellas de los animales que pasearon antes de mí, se llama Mallada.
La tierra aquí a veces cruje cuando la pisas, porque está cargada de sal. Otras veces, en lugar de tierra, hay un gran espejo que parece agua. Las plantas que nacen y viven en la mallada están disfrazadas de algas y cambian de color, rojo, verde o rosa, según el humor o lo que tengan que hacer ese día.


Mientras, en el cielo, garzas, gaviotas, charranes, cernícalos y patos se desplazan de un lado a otro contándose las aventuras de la jornada.
En verano, cuando el sol está apunto de esconderse, todo se tiñe de dorado y decenas de libélulas salen a trenzar el aire, brillando a contraluz como si fueran hadas.
qué preciosidad de post. me dan ganas de fotografiar mis paseos y pegar las fotografías en mi diario como un recuerdo vivo y gráfico del paso del tiempo. ❤️
Por favor dime dónde queda ese lugar tan bello! Me encantó tu post.